martes, 18 de octubre de 2011

Sobre lo hegemónico, lo contrahegemónico y el papel social de la ciencia

Val plantea una relación doble entre la investigación social y el mundo social. Por un lado, las ciencias sociales, aunque no de manera exclusiva, han desarrollado una serie de cuestionamientos al paradigma del desarrollo y, aún más, a las bases mismas de lo que Val llama la cosmovisión civilizatoria de occidente. Pero además, al hacer eso, se ha concentrado también en el desarrollo de paradigmas alternativos, en particular poniendo atención en los movimientos sociales. Esta crítica de la cosmovisión y la búsqueda de alternativas al desarrollo surgen además en un momento específico: la crisis múltiple de este modelo de desarrollo, la movilización diversa frente a los ordenamientos sociales y ecológicos derivados de esa civilización, y la expansión de las redes de comunicación e intercambio que dan una dimensión global nueva a la crisis y a las movilizaciones frente a ella. Por ello propone la hipótesis de que se están elaborando otras racionalidades, otras formas de división y visión del mundo, en especial entre sujetos que no obstante estar integrados al mundo y sus modelos hegemónicos lo viven en una situación marginal o subordinada. Es allí donde se están generando lo que Val llama, siguiendo a Escobar, luchas ontológicas y epistémicas, que dan origen a ontologías relacionales.
Lo que se está produciendo entonces son nuevas formas de vivir las relaciones entre humanos, no humanos y medio ambiente. Esto es la materia de lo que Val llama una ecología política; esto es también lo que lo lleva a la antropología del lugar, como el escenario de la producción de esas ontologías alternativas. La pregunta que queda aquí es qué tan alternativas son esas ontologías locales, si partimos de la idea de que la circulación y el intercambio de ideas y conceptos ha acompañado la historia también de la circulación de personas y mercancías; qué tan alternativas si, como el mismo Escobar sostiene, la idea misma de progreso y las ontologías dualistas no son un producto de occidente como cultura independiente sino de las relaciones coloniales forjadas por muchas décadas. ¿O no formamos parte de la historia de ese occidente, y no planteamos las alternativas desde las mismas estructuras discursivas e imaginarios heredados de la producción misma de la idea de occidente?


Schlitter plantea el problema del compromiso del científico con la sociedad en el plano epistemológico. Si el conocimiento nunca es neutral con relación a los valores, las posiciones políticas y las posturas ideológicas, lo mejor es hacer explícitas estas valoraciones-posiciones. Lo que trata de hacer la investigación entonces es visibilizar y apoyar procesos populares de reflexión. En cambio, la ciencia puede ser también una especie de discurso dominante, hegemónico. Sin embargo, si la hegemonía es una cultura de relaciones sociales en términos de Lomnitz, es decir, idiomas comunes y diversos significados en disputa ¿qué es lo contrahegemónico? ¿De dónde surge y cómo? ¿Realmente hay negación de interpretaciones o simplemente diferencial de poder para enunciarlas? ¿Es realmente la ciencia el enemigo o es más bien su uso ideológico, su manipulación para el ejercicio de la dominación? ¿Lo contrahegemónico no surge también de la ciencia o de la anticiencia, de la genealogía del conocimiento y de la verdad? ¿Quién hace esa genealogía: filósofos o campesinos? ¿Por qué tomar posición crítica sólo frente al uso de la ciencia y no frente a los saberes locales? Por el contrario, Cruz propone poner distancia crítica a lo que él llama las “categorías populares” o en general el uso popular de las categorías, que no son resultado de una historia aislada o totalmente independiente de la construcción  y uso de las categorías analíticas de las ciencias sociales. Igualmente López propone analizar las ideas sobre etnicidad y comunidad como efecto también de la historia institucional (y no sólo como rasgos de lo popular).


Romero en cambio habla de los aportes de ciertas perspectivas de las ciencias sociales (marxismo, y posturas de análisis de género y de etnicidad) a las organizaciones y movimientos sociales, en especial el CUC en Guatemala. A través del análisis de la historia de este movimiento, como una variante ejemplar de la historia de movilizaciones sociales, políticas y militares en Guatemala, muestra cómo las reflexiones en torno al capitalismo, al género y a la etnicidad fueron influyendo en las estrategias de la organización y en sus formas de regir la vida de los grupos y comunidades que las componen. Un elemento importante son las declaraciones que la organización publica y las campañas que emprende estableciendo, por ejemplo, sus propuestas al respecto de cómo romper con la subordinación de las mujeres. Los problemas que nos deja esta reflexión son, por un lado, qué tanto influyen estos discursos y reflexiones en las prácticas cotidianas y cómo son incorporadas en las relaciones sociales en el largo plazo; por otro lado, qué tanto estos discursos son asimilados de manera directa y transparente por los miembros de las organizaciones, o qué tanto están mediados por otras ideas y lenguajes, por ejemplo las ideas del diablo o la brujería como lo apunta Romero citando a Taussig.  


Orhun: habla de la dinámica del poder discursivo, que convierte a la naturaleza en medio ambiente (y por ello en recurso) y propone frente a ese discurso, desde la antropología, hacer que las identidades negadas por las grandes narrativas de la globalización (como antes lo fueron las del desarrollo y el progreso) aparezcan y se vuelven fundamentales en las definiciones de las formas de manejo de los recursos naturales. Nos muestra cómo algunos de los planes de desarrollo de, por ejemplo, el ecoturismo y las carreteras en la selva lacandona hacen del territorio un recurso prístino dejando de lado el hecho de que hay diversas comunidades con formas diferentes de manejar y entender el ambiente, o también ocultan proyectos que compiten con la idea conservacionista de la selva, como las plantaciones de palma de aceite o el tráfico de drogas que posiblemente está ocurriendo en la región. También señala cómo el entendimiento de los lugares produce formas de esencialización de género (y etnicidad, agregaría yo) que generan imágenes parciales y mercantilizadas de esos espacios. La antropología tendría así una doble tarea: la de mostrar la producción de este discursos como una parte de las disputas por el control de los recursos, es decir, hacer visible esta dinámica del poder en el discurso; y además, tendría la tarea de hacer visibles otras formas de entender y manejar la naturaleza (racionalidades y estrategias alternativas las llama ella), repensando las relaciones entre cultura y naturaleza y en particular, entre hombres y mujeres, por lo que se pronuncia en favor de una Ecología política feminista, partiendo de una teoría de la agency.


García examina otro lado de la relación entre ciencia y poder. A partir de un análisis de la propaganda sobre salud, y en particular sobre la juventud y el combate al envejecimiento, muestra la forma en que la publicidad manipula el discurso médico para legitimar productos. Esta propaganda, al mismo tiempo, construye y refuerza mitos, empleando la idea de que la medicina logrará en algún momento encontrar vías para producir la eterna juventud. En ese sentido compara el uso de la ciencia en la propaganda y la literatura, como dos formas de producir una mitología sobre la ciencia aplicada al cuerpo. El análisis de las imágenes y los discursos de esta propaganda nos lleva al problema del uso de la ciencia, nuevamente, pero igualmente a un área de investigación para las ciencias sociales que ha sido ampliamente desarrollada: la crítica de la mitología (o la mitologización, en términos de Roland Barthes). ¿Podemos ir más allá de esta crítica? ¿Cómo llegar a una ciencia que tenga un impacto diferente en la sociedad, no de mitologización y de comercialización, sino de reflexión sobre la condición humana?


Arévalo va directamente al tema del cambio dirigido y las políticas públicas, es decir, al uso del conocimiento para la generación de formas de intervención en la vida social desde la política. Este punto de partida es coherente con su proyecto interesado en el análisis del impacto social de una política pública: Las Ciudades Rurales Sustentables en Chiapas. Revisando la literatura lo primero que surge es la discontinuidad y la multiplicidad de resultados que surgen de una política de intervención, puesto que los objetos de tal política nunca son sujetos pasivos ni aceptan y conocen todos los aspectos implicados en el proyecto en el que están involucrados; además, participan de otras múltiples dimensiones de interés y de acción que rebasan las definiciones que de ellos hacen los planificadores y aplicadores de los proyectos de desarrollo. En este caso el proyecto se confronta con formas diversas de uso del espacio que se expresan en contradicciones entre los planificadores y los destinatarios del programa respecto del diseño de la casa, de los espacios de la misma o de las distancias hacia las tierras de cultivo, por ejemplo. El programa resulta entonces no pertinente social y culturalmente para la población objetivo. Pero queda un problema para la antropóloga: ¿es posible que la investigación etnográfica resuelva esos desfases? ¿Puede haber una contribución de la investigación al mejor resultado de programas de desarrollo sustentable como el referido? ¿O la tarea consiste sólo en el análisis de esos desfases?


Pérez apunta hacia otra área de la aplicabilidad de las ciencias sociales más allá de las ciencias, y en particular en el desarrollo de políticas públicas. Se trata del cuestionamiento de las ideas existentes sobre la infancia en general y el trabajo infantil en particular. Al referir al tema recuerda que existe todo un marco instituido de reconocimiento de esta condición social, la infancia, con el peso de diversas instancias internacionales y nacionales, incluyendo normas, convenios y aparatos burocráticos. Las ideas predominantes sobre el trabajo infantil sirven para la acción directa sobre su regulación y eventual eliminación (como un objetivo aceptado y consensado). Sin embargo, Pérez propone que antes de la aplicación de la política pública correspondiente es necesario hacer dos cosas: por un lado, cuestionar la forma en que ha sido construido el significado del trabajo infantil en estos convenios y acuerdos internacionales; por otra, buscar en investigaciones concretas otras formas de entender el trabajo infantil, por ejemplo en análisis que señalan su papel en la socialización y la educación del niño y la niña, pero sobre todo en la búsqueda de algo que ella llama el protagonismo infantil (un “paradigma” que, asegura, está apenas en construcción).


¿No habría una forma diferente de plantear el problema de lo contrahegemónico, que implica también una reformulación de lo que significa hegemónico? Los análisis de varios estudiantes en torno a conceptos como práctica y agency parecen ir en ese sentido. Guzmán, por ejemplo, se inclina por la noción de agency para analizar los efectos de poder más allá de los propósitos de las instituciones impulsoras de la biopolítica, el desarrollo y la integración. Acero igualmente propone preguntarse acerca de la agency (como capacidad y posibilidad de actuar) en su investigación, por considerar que es una manera más adecuada de analizar las formas cotidianas de enfrentar la enfermedad, más allá de las definiciones del biopoder (la medicina alópata) implícitas en casos como la diabetes. Sin embargo ella se detiene un momento para reflexionar en torno a cuatro problemas de esta noción: sus extremos individualistas, la implícita racionalidad y autoconsciencia del actor, su desigual distribución como capacidad de acción y la también implícita separación aparente entre actor y estructura. ¿Cómo evitar estos extremos en el entendimiento de la acción, en especial con el uso que a veces se da a la noción de agency? Por ello regresa al concepto de estructura, el complemento y opuesto de la agency según su análisis, y en particular a las estructuras como conjuntos de relaciones de poder (dentro de las cuales se producen las capacidades y posibilidades diferenciadas de acción, o el agency). Así Acero se apoya de la teoría de la práctica que hace referencia a arreglos de relaciones o estructuras que no son totalmente cerradas, ni ajenas a la acción, y se concentra en la influencia de la acción en la estructura y de la estructura en la acción. Su análisis se enfoca en particular en la pregunta sobre la formación de la medicina alópata como hegemónica y la manera en que en torno a ella se generan estructuras de poder, pero también respuestas múltiples de aceptación y rechazo de conocimientos y prácticas médicas.
La pregunta general sería acerca del tipo de producto científico que ofrecemos a la sociedad: ¿Una ciencia que cuestiona los discursos dominantes y devela sus implicaciones ideológicas? ¿Una que analiza la producción de esos discursos y su aplicación concreta en políticas públicas? ¿Un tipo de ciencia que encuentra y exalta lo popular o lo “contrahegemónico”, confiando en que allí se encuentra lo alternativo? ¿Una que confía en que puede encontrar soluciones distintas a los desfases que se generan entre la aplicación y diseño de la política pública y la población objetivo? ¿Una que se pregunta acerca de las respuestas de la población a estas políticas? ¿Cuál podría ser el resultado de la aplicación de estas investigaciones en el terreno de la producción misma de la sociedad?


José Luis Escalona Victoria

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