lunes, 2 de julio de 2012

Respuestas por una antropología del poder 01


Una de las grandes dificultades de esta etnografía del poder que he propuesto en muchos textos es que falta aún desarrollar muchos de los conceptos, o incluso de resolver su delimitación y su contenido con mayor precisión, evaluando al mismo tiempo su pertinencia o la necesidad de nuevos conceptos. Uno de ellos, al que seguramente le debo dedicar más análisis y evaluación, es el de “lenguajes de poder”.

Ya una colega, Gracia Imberton (en revista AIBR, España), ha dicho que no elaboro con precaución suficiente una definición de este término. Por un lado, parece referirse a los sentidos o formas de entendimiento del mundo social; por otro lado parece referirse a categorías y clasificaciones. Martin Larsson no sólo comparte esta crítica por su cuenta, sino que ahora señala que la definición no es suficiente dado que, tal como está, implica que no hay una distinción clara entre Lenguajes de Poder y Relaciones de Poder, y que “todo” aparece incorporado como lenguajes del poder. Frente a eso, Larsson prefiere hacer una separación conceptual, un análisis en su sentido más concreto, por un lado de la configuración y movimiento de los discursos (que incluye a las personas, objetos, palabras, signos, etc); lo que encontramos en campo son juegos de discurso con emisores y receptores desigualmente ubicados y activos en la generación y recepción de los mismos; y esta dinámica forma parte de lo que Larsson llama Economía del Poder. Por otro lado, Larsson habla de una Semiótica de la Economía del Poder, una forma de analizar la forma y apertura del discurso, siguiendo a Eco. Esto es clave para una crítica más: la posicionalidad. El antropólogo se coloca claramente, en la perspectiva de Larsson, del lado del semiólogo, que utiliza ciertas técnicas controladas para entender el discurso, los juegos de lenguaje en donde se produce y su papel en la economía del poder más general. En cambio, el antropólogo que estudia los lenguajes del poder parece hacerlo desde un sitio externo, desde fuera de los lenguajes de poder, y no se aclara cómo o no hay una forma de definir la posición relativa. Finalmente, Larsson apunta a una metáfora fundamental, la de la producción (en su forma de producción simbólica), como una forma de definir el proceso por el cual se genera y regenera (otra metáfora) el poder. Frente a los significados economicistas que pesan sobre esta metáfora él prefiere evitarlo. Voy ahora a esbozar una respuesta, que es más bien una agenda de análisis y evaluación crítica de este aparato conceptual, en espera de un desarrollo más detallado en el futuro.
Primero debo decir que existe un problema general de separar los lenguajes de la vida social misma, si se toma este aspecto (lenguaje, como lengua-sistema más su uso en el habla específica –interesada, posicionada e intencionada) como el centro de la definición misma de la condición humana. No es mi propósito generalizar, es sólo un aparato conceptual en un proceso de experimentación, pero siempre se corre el riesgo de llevar a implicaciones más generales. Me parece que es, en ciertos sentidos, un problema compartido con otros: Weber por ejemplo entendía que la acción humana es esencialmente aquella que tiene sentido, y por ello el sentido era el centro de la acción social, y por ello también era el objeto privilegiado de la sociología (con una metodología de tipos ideales de sentidos en abstracto, para analizar múltiples acciones concretas). Geertz retomó a Weber con una perspectiva cultural, asumiendo que la acción humana se produce en una trama de significados (que es la forma general de interpretar la cultura). Es decir, la acción humana en Weber es acción con sentido, es una acción significativa dentro de una urdimbre de significados en Geertz. Sin embargo, Weber desarrolló una sociología que pretendía comprender el sentido de la acción pero no como la entienden los que participan en ella (que pueden tener múltiples entendimientos de la misma y atribuirle distintos sentidos), sino como un proceso social, como relación, que implica referencias a los otros y consecuencias en los otros. Su sociología comprensiva se separa del juego mismo de acción que analiza, para generar conocimientos generales e independientes de las particularidades históricas. En cambio Geertz trata, con su método interpretativo, de imitar el proceso mismo de interpretación que se produce en la comunicación culturalmente mediada (una semiótica de la cultura, que Geertz entiende como el análisis se los sistemas simbólicos implícitos en la acción); por ello, el resultado de su antropología es un ensayo, un comentario a los comentarios que existen, aunque ese comentario se produce para otros (los científicos sociales) y no para los que participan de la conversación. Pienso que se trata, entonces, de un mismo viejo problema para la ciencia social: el objeto que privilegiamos (lo que tiene implicaciones ontológicas), la forma en que nos aproximamos (lo que lleva a confrontar consecuencias epistemológicas y metodológicas) y la posición que tomamos (lo que tiene consecuencias en la reflexión sobre nuestro posicionamiento relativo).

Frente a estos problemas voy a desarrollar la agenda con más detalle, en las siguientes entradas del blog (dejando el de la metáfora de “producción” para el final, a manera de enlace con la entrada anterior que anuncia una serie de entradas del blog sobre este tema).

Saludos

José Luis Escalona Victoria

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